La UNAM y su papel político. Breve reflexión sobre su situación actual

Foto: Alejandro Meléndez

Por Karla Amozurrutia

Periodistas Unidos. Cuidad de México. 10 de septiembre de 2018.- La UNAM es la Máxima Casa de Estudios, la Universidad de la Nación como cantan los spots de radio, sus aportaciones en el ámbito de conocimiento son innegables, tiene un prestigio merecido, aunque tenga una matrícula cada vez más limitada y entrar a ser su estudiante es ya complicado. Su tarea de formadora empieza a ser una proeza, lo cual tampoco es necesariamente beneficioso para un país como el nuestro.

Pero hay un rol de lo que pocos hablan, porque pareciera ser evidente y obvio: se trata de  su función política, la cual es fundamental para entender, cómo ella, pero sobre todo quienes la manipulan desde las cúpulas universitarias y su relación con otras cúpulas, se convierte en un actor necesario para el juego del control y poder político en nuestro contexto.

Mi análisis del conflicto actual tiene dos niveles, un nivel en donde hay que identificar y desgranar con cuidado los factores externos que motivan o influyen para estallar un conflicto al interior de la Universidad con el ataque porril perpetrado contra los estudiantes –los más jóvenes- en una manifestación pacífica el pasado 3 de septiembre y que tenía previsto un diálogo con las autoridades para resolver las demandas del CCH Azcapotzalco específicamente al día siguiente. Los que hemos sido estudiantes de CCH y los que conocemos a esta Universidad desde dentro, sabemos que los grupos porriles históricamente son grupos de choque para amedrentar y aterrorizar a los jóvenes y  así, evitar que se agrupen y organicen políticamente al interior de los planteles. Han sido grupos que autoridades universitarias auspician monetariamente o con gozo de privilegios para mantener sus comunidades sin “conflictos” con el método del terror y miedo, por eso su nivel de acción está en el Bachillerato casi olvidado por sus autoridades máximas. Son algo así como los paramilitares juveniles, que después son contratados como mercenarios por grupos políticos ligados a la partidocracia para reventar a otros grupos, o sea la estructura criminal de cuello blanco validado por los intereses políticos de ciertos grupos en el poder.

Entonces a quién le interesa afuera de la UNAM generar un conflicto sin “agua va” en la plancha de Rectoría de tales magnitudes, con qué facilidad y con qué apoyos echaron a andar un plan sabiendo que la figura del rector no tiene la suficiente fuerza ni capacidad de reacción, ni la de su equipo, para prever una situación de agresión directa y sin la inteligencia suficiente para sortear un ataque artero y casi letal contra la comunidad estudiantil universitaria.

El PRI se quedó fragmentado y soslayado por la aplanadora ahora morenista; hay fracciones priístas al interior de la Máxima Casa de Estudios que saben la importancia de mantener el poder ahí, dentro, para luego soltarlo hacia fuera en el momento coyuntural idóneo que responda a sus intereses. Esos son los porros de cuello blanco, esos controlan a los demás y pueden jugar como “fuego amigo” siempre. La Universidad siempre ha sido un espacio de pugna política, más ahora en un momento de transición en el poder.

Un segundo nivel de análisis tiene que ver con la legitimidad y organización casi inmediata de las y los estudiantes universitarios, La agresión contra la comunidad estudiantil fue directa, fue para lastimarlos, me atrevo a decir que la consigna porril era tirar a matar. Afortunadamente no lo lograron, pero estuvieron en juego las vidas de dos estudiantes, eso es motivo suficiente para que la comunidad se vea reflejada en ellos y salga con furia y dignidad a rechazar la violencia que viven todos los días y sobre todo, a desenmascarar la impunidad que cobija y protege a estos mercenarios de jersey. El problema de los porros es la cadena de complicidad estructural de corrupción e impunidad que liga a la UNAM con grupos externos.

La marcha del 5 de Septiembre fue una muestra más que contundente de que la nueva generación es aún más vulnerable que las anteriores y su nivel de empatía es casi inmediata, paros de 24, 48, 72 e indefinidos, se acordaron en menos de 24 horas, tiempo récord. La movilización fue impactante para aquellas personas que nos movilizamos con tal magnitud en la Huelga del 99. Las y los estudiantes marchaban rumbo a Rectoría con rostros llenos de dolor, indignación y enojo por lo acontecido y por lo que viven todos los días, salieron por toda la comunidad, nos dieron –como siempre- una enseñanza de valentía y organización.

Hay una verdad que no puede esconderse, la UNAM es un espacio donde las múltiples violencias se ejercen con cada vez mayor impunidad, las autoridades universitarias están siendo rebasadas por esta situación y por más campañas visuales fallidas para reconocer si tu amigo es narco o porro no le dan a uno de los puntos estratégicos: la seguridad comunitaria; al contrario, el discurso es de desconfianza y criminalización estudiantil.

La legitimidad del movimiento estudiantil es indudable, sus demandas son básicas y de primer orden, hablar de seguridad es entender que la comunidad está herida, fracturada, porque caminar con miedo es caminar sin libertad en una UNAM que perdió su capacidad de “burbuja protectora” externa a la sociedad, desde hace mucho. Su comunidad estudiantil está cansada, tiene miedo, pero quiere enfrentar el miedo y organizarse, las autoridades tienen el deber de escuchar y construir propuestas colectivas con toda la comunidad. La seguridad no sólo significa vigilancia –la cual es inútil en el campus- significa justicia, autocuidado, cuidado comunitario, sanciones, medidas preventivas, etc. así que no es un tema que se resuelva simplemente con cambiar a las cabezas que son encargadas de ello; se resuelve entre todos y todas con la voluntad política –de autoridades y Sindicatos- y las estrategias comunitarias eficaces. Entonces también es un tema del terreno político.

Por otro lado, es la primera vez que leo en un pliego petitorio de la organización estudiantil, nombrar a una de las violencias más extendida, más fuerte y dañina  que se convierte en un cáncer dentro de la UNAM y fuera de ella: la violencia de género. Ganar en un programa político el punto que nos afecta a las universitarias es un eje de análisis interesante, sobre todo cuando los jóvenes varones son los que –desde siempre- terminan organizando pliegos, plan de acción y asambleas dejando de lado la voz de ellas –nosotras lo vivimos en el 99-; la participación feminista es ahora un bastión político natural y de acción; el riesgo, que reproduzcan las mismas formas excluyentes y de imposición tradicionalmente machista, pero si colocan al frente sus exigencias podría cambiar la forma patriarcal de hacer política.

Sólo que también hay un factor interno que debe ser vigilado con ojo clínico, la participación de personajes y corrientes que reaparecen como salidos de la alcantarilla con una trayectoria política que deja mucho qué desear en experiencias organizativas pasadas, que lo único que hacen es frenar o imponer programas políticos ligados a sus intereses. Sí, en la UNAM se juega a la política en todos los niveles.

Tengo confianza en la juventud universitaria, en las nuevas voces, en las nuevas formas de organización, en las nuevas miradas, en los nuevos gritos. Su derecho a una vida libre del miedo y pacífica no debiera lucharse ni exigirse, pero en este país hay que pelear por ello porque en la cúpulas de poder no es algo que deba cuidarse ni protegerse, para ellos es un privilegio que se compra. Así que la resistencia, otra vez, es por la vida; pero sobre todo por cuidar un espacio educativo que no es de unos cuantos, sino de todas y todos. En el juego de la política todo se vale, pero en la Universidad Nacional de México no se vale jugar con la vida de los universitarixs, ahí estuvieron, estuvimos y están los estudiantes para dejarlo claro.

Académica FFyL-UNAM

@Karliuxamoz

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