Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de marzo de 2022.- Se dice con frecuencia que la guerra es la continuación de la política por otros medios. La multicitada frase, de Carl von Clausewitz, también puede leerse como “la guerra es la continuación del fracaso en la política”. Lo demuestra la decisión de Vladimir Putin, quien perdió la partida en la mesa de negociaciones con EU-OTAN y por eso decidió recurrir a la violencia.
De paso, el líder ruso sufrió otros reveses. El ataque que lanzó contra Ucrania tenía todas las características de una Blitzkrieg, de una guerra relámpago que se resolvería en cuestión de horas o, a la sumo, de pocos días, pero las semanas pasan y la desproporcionada superioridad militar rusa ha inferido derrotas a su enemigo, pero no ha podido vencerlo.
La prolongación de la guerra también le ha significado gran daño a Rusia en un campo de batalla donde es notablemente inferior: la propaganda. Mientras más se prolongue la guerra o tarde más en llegar la paz, el poderoso aparato de difusión occidental seguirá infligiendo severos golpes al oso ruso, que ni de lejos tiene la presencia de sus adversarios en los medios de comunicación internacionales. Como consecuencia, si finalmente se impone la superioridad de Moscú en Ucrania, será a un costo muy alto en prestigio e influencia.
Pero los daños no serán únicamente para el ahora invasor. En Ucrania hay 26 laboratorios —patrocinados por Estados Unidos— que trabajan para la guerra bacteriológica. Desde hace más de tres años lo ha denunciado Moscú sin éxito, pero lo cierto es que representan un inmenso peligro para la seguridad sanitaria no sólo de Ucrania, sino de toda Europa.
En abono de la posición de Washington, que se encoge de hombros ante las acusaciones, la japonesa Izumi Nakamitsu, secretaria general adjunta y alta comisionada para asuntos de desarme de la ONU, negó tener conocimiento de que exista un programa de armas biológicas que se desarrolle en Ucrania. De manera similar se expresó la Organización Mundial de la Salud, lo que era esperable, pero…
Hace unos días, Victoria Nuland, subsecretaria del Departamento de Estado para Asuntos Políticos de EU, aceptó ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado que su país, en efecto, participa del financiamiento de los laboratorios biológicos de Ucrania y, a modo de aclaración, agregó que los estadunidenses estaban trabajando para prevenir que esas instalaciones y lo que hay en ellas vayan a caer en manos de los rusos, lo que permite suponer que se trata de material altamente peligroso y, por tanto, muy propio de la guerra bacteriológica.
El periódico inglés The Guardian —citado por Paco Audije, de Periodistas en español—, en un texto firmado por Ed Pilkington, dice que, “de hecho, la financiación de Estados Unidos a dichos laboratorios tiene su raíz en la caída de la Unión Soviética, cuando se utilizó ese dinero para ayudarles a transferir sus habilidades científicas, desde los programas armamentísticos hasta iniciativas de salud pública”, dentro de un plan llamado Cooperative Threat Reduction, el que incluyó a otras repúblicas exsoviéticas, lo que, según la científica Gigi Kwik Gronvall, es “una de las mejores cosas que hacemos”, pues, según declaró, sólo se trata de la vigilancia y sistemas de alerta ante enfermedades humanas y de animales.
Lo cierto es que los bichos de esos laboratorios pueden usarse indistintamente para los fines que menciona doña Gigi o para matar seres humanos. Tan es así, que el mismo diario británico informa que la OMS ha pedido a las autoridades ucranianas que eviten los riesgos de posibles impactos bélicos en sus laboratorios, procediendo a destruir preventivamente “patógenos potencialmente peligrosos”. La OMS agrega que ha trabajado durante varios años en Ucrania para mejorar la seguridad de esos laboratorios, pero no descarta la amenaza que representan. Sí, son una amenaza.
De poco sirven ciertos tratados internacionales cuando no hay manera de vigilar adecuadamente su cumplimiento. Rusia y Estados Unidos son firmantes de las convenciones que prohíben las armas biológicas y químicas, pero nada impide que una de esas potencias, en este caso Estados Unidos, financie la investigación en otro país. Total, si ha de morir gente, poco importa a quienes mandan en el mundo.