Por Humberto Musacchio
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 10 de septiembre de 2024.- Asediado por una crítica furibunda, el Fondo de Cultura Económica navega con éxito comprobable: es la única empresa de Latinoamérica que compite en el ámbito editorial con las transnacionales europeas y gringas. Durante la gestión de Paco Ignacio Taibo II —pese a la pandemia—, ha publicado 17 millones de ejemplares, pero lo principal es que hoy cuenta con un amplio catálogo de libros muy baratos, la Colección Popular recuperó el propósito con que la creó don Arnaldo Orfila: poner al alcance de las mayorías obras importantes a precios accesibles, y se dispone de una respetable cadena de librerías surgida de la fusión de los establecimientos del Fondo con los de Educal, una colaboración estrecha con libreros independientes y la apertura de cooperativas comunitarias, además de los librobuses, que llevan la oferta a los lugares más apartados. Una tarea paralela ha sido la formación de lectores mediante la creación, por voluntarios, de los libroclubes y salas de lectura —que hoy llegan a 16 mil—, la donación de cinco millones de ejemplares para que los propios interesados se encarguen de integrar, manejar y cuidar sus bibliotecas en barriadas, poblaciones pequeñas y centros de trabajo, la presentación de autores en escuelas, ferias del libro y otros lugares, así como la colaboración con la Brigada para Leer en Libertad, que lleva obras baratas y hasta gratuitas a todas partes.
Cómo hacer mucho con poco
Pese a recortes presupuestales, el FCE ha cumplido con las tareas principales de la institución, lo que —explica Taibo— fue posible porque se redujo el pago por horas extra y sus ejecutivos trabajan todos los días y a todas horas; se suprimió el comedor privado, dejaron de extenderse las tarjetas corporativas, disminuyeron drásticamente los viajes y se estableció que no se publicarían libros de funcionarios del FCE ni del gobierno federal. Hasta hace cuatro años, 75% de las filiales de Latinoamérica eran deficitarias, tenían las bodegas repletas de libros sin salida, había duplicidad en la distribución y empresas privadas se encargaban —dinero mediante— de la representación del FCE en ferias, una legislación absurda impedía donar libros destinados a fomentar la lectura, no se contaba con proyectos de promoción y comercialización, existían múltiples problemas administrativos, corruptelas e indolencia, como el hecho de que dos terceras partes de los librobuses estaba fuera de servicio por falta de mantenimiento.
Nave insignia de la cultura
Para equilibrar las finanzas, agrega Taibo, se hicieron coediciones con diversas dependencias públicas y, lejos de proceder como las transnacionales, que establecen precios multiplicando por 6 o 7 el costo de producción, el Fondo aumentó los tirajes, procuró ahorros en todos los rubros y una vez agotada la primera edición y cubiertos los costos originales, se procedió a vender más baratos los libros. En estos años, sigue Taibo, “empezamos a producir audiolibros y establecimos el derecho de autor de los traductores, lanzamos la colección Vientos del Pueblo, con casi un centenar de títulos que se venden en menos de 20 pesos y que hoy llevan más de 3 millones de ejemplares editados”. Resultado de diversas medidas, hoy, dice PIT II, contamos con “un gran centro cultural, una editorial y seis librerías en Colombia; tres en Chile, una excelente librería y distribuidora en Argentina, redes de distribución en Uruguay y Paraguay, una casa editorial y librería en Guatemala, librerías en La Habana y Caracas, un depósito para distribución en Estados Unidos, casa editorial con dos librerías en Ecuador, una librería en Honduras, dos librerías en Lima, una distribuidora en Bolivia y dos librerías en Madrid”. En fin, que el Fondo de Cultura Económica es, para orgullo nuestro, la nave insignia de la cultura mexicana.