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Como bien se sabe, a la par de las sanciones, se pone en marcha una campaña internacional de satanización de los gobernantes y líderes de esos países. Así aconteció con Salvador Allende en Chile y con Manuel Antonio Noriega en Panamá.
Y lo mismo con Saddam Hussein en Irak, Muammar Gadafi en Libia y Slovodan Milosevic en la antigua Yugoslavia. Y una vez que Estados Unidos considera madura la campaña de satanización de esos líderes y países se procede al golpe de Estado, como en Chile, o a la invasión militar, previos bombardeos masivos de la población civil y de ciudades abiertas con fines de ablandamiento de la esperable o posible resistencia, como en Yugoslavia.
En Cuba, Venezuela, Irán, Norcorea y Nicaragua el proceso de cambio de régimen se ha quedado en la satanización de los líderes o en las tentativas de golpe o invasión armada. Pero llevar a cabo estas dos últimas opciones depende del éxito o fracaso de la satanización del líder.
Ahora mismo estamos siendo testigos del intento de cambio de régimen en Nicaragua. Todas las baterías mediáticas del imperialismo y sus vasallos europeos y latinoamericanos están actuando con ese propósito. La consigna es “duro y a la cabeza”.
Si la satanización de Daniel Ortega lograra tener éxito, el siguiente paso sería el golpe de Estado o la invasión de los marines. Pero según se ven las cosas ahora mismo, no existen posibilidades reales de un golpe exitoso, por la sencilla razón de que el ejército sandinista es revolucionario y está con Ortega. Y en cuanto a la invasión militar tampoco se le ven posibilidades.
Como todo en política, las campañas de satanización del líder tienen fecha de caducidad. Si no logran el éxito en cierto tiempo empiezan a desvanecerse en el aire. Cuba, Norcorea, Venezuela, Irán y Siria son buenos ejemplos.
De modo que al imperialismo, a la derecha nicaragüense y a las derechas europeas y latinoamericanas, algunas de éstas disfrazadas de izquierdistas, se les agota el tiempo.